Cuento de terror en el que una pareja se muda a un antiguo edificio en el que habita un asesino en Los Angeles. Remake de The Toolbox Murders (1978). El esperado regreso de Tobe Hooper al terreno de la violencia denotativa y al crudo estilismo del terror de la década de 1970 no es una mera operación de reciclaje. La ambientación en un edificio semidestruido que se niega a desaparecer da un apropiado marco a la historia. La presencia de Angela Bettis le otorga una especial intensidad a su personaje. La fotografía tiende al grano y al realismo estilizado. La progresión narrativa se sostiene en la presentación azarosa de los personajes variopintos, en la descripción de la adaptación de la protagonista a un lugar extraño y en el último tercio repleto de locura, violencia y misterio. La estética del film no hace más que remitir a The Funhouse (1981), una de las mejores películas de Hooper, y al cine de Dario Argento, aunque con la violencia restringida. Es saludable que los auténticos maestros del terror resurjan.
Si hay algo bueno de ola de remakes de películas de terror de la década de 1970 que Hollywood propició en la década de 2000 es que, de una u otra forma, contribuyó a la revalorización de los directores de las películas originales (Romero, Craven, Carpenter y Hooper). Más allá de que no esto no les garantizaba un regreso triunfal a la industria, en los casos de Romero y Hooper al menos significó una reactivación de sus carreras, en el sentido que ahora al menos sus proyectos se realizan y hasta se estrenan luego de sufrir una etapa de larga inactividad. De esta forma Hooper puede hacer Toolbox Murders, remake de una película de 1978 de Dennis Connelly, poco conocida eso sí, pero mucho más cercana a lo que Hooper hacía en ese momento que a todo lo que realizó después. Es como si Hooper aceptará el material para mantenerse dentro de las nuevas directrices del horror contemporáneo con vistas a futuros y mejores proyectos. Eso sí, tiene la oportunidad de trabajar con una de las nuevas heroínas del cine de terror, Angela Bettis, protagonista de uno de los más bellos films de terror de la década, May (2002), de Lucky McGee, otro texano que actualmente es una de las grandes esperanzas del cine de horror americano. Cierta impersonalidad del producto, en su construcción de thriller con asesino enmascarado que remite con timidez al giallo (y al torture porn que estaba a punto de aparecer), sólo es compensada por algunos apuntes de la puesta en escena de Hooper, un poco más al margen que de costumbre. La ambientación en un auténtico edificio de Los Angeles venido a menos nos lleva al realismo. Este grupos de artistas (actores, músicos, bohemios) condenados al ostracismo sufren las nuevas reglas de propiedad y de alquiler. La precarización de la vida contemporánea se deja ver por las imágenes. Pero a Hooper ya no le interesa la planificación de los asesinatos. En realidad nunca le interesaron tanto como a De Palma o Argento, y en este tipo de films esa falta se siente. Más allá de una atmósfera en aumento y de un clímax efectivo, se extraña un mayor involucramiento de Hooper en el proyecto. Para quienes Hooper no realizaba un film decente desde The Texas Chainsaw Massacre 2 (1986), tal vez esta sea la película que les estaba debiendo desde hace 20 años. Para quienes saben apreciar las sutilezas artísticas/artesanales y la experimentación de Spontaneous Combustion (1990), Night Terrors (1993), The Mangler (1995) e incluso Crocodile (2000), tal vez suponga un paso atrás en su obra.