Night Terrors (1993)

Cuento de terror en el que una joven americana visita a su padre y conoce a un descendiente del marqués de Sade en Alejandría, Egipto. Luego de una primera parte fallida a causa de las flojas actuaciones y ciertas derivaciones de thriller erótico que no pueden sacar provecho de los excesos del personaje o la sexualidad, el film mejora en la segunda parte. El terreno conocido por Hooper, la locura, y un par de buenos momentos gore generan un clima desconcertante.

Hooper continúa deambulando en la serie B más marginal. Esta vez se muda a Medio Oriente (Tel Avid sirvió como locación) para filmar un nuevo acercamiento al cine de la figura del Marqués de Sade. Las obras de Sade no han tenido mucha suerte en el cine. Más allá de Salò (1975) de Pasolini, el carácter de fábula perversa y su juego con la mecanización del lenguaje por lo general se pierden en las imágenes del cine. Hooper intenta entonces, jugar con el surrealismo y con las capas narrativas, dando una constante sensación de ensueño a los sucesos que relata. No es una película erótica, no es un thriller de secuestro, tortura y escape, pero tampoco es un film de terror. A decir verdad, Hooper no está tan lejos de Pasolini. La luminosidad de la fotografía, el gesto de las actrices, el descubrimiento de la sexualidad y algunas soluciones acertadas de la puesta en escena dan pie a las surreales imágenes (la serpiente en la boca, el hombre cabalgando desnudo y la mujer pintada en el cuerpo) que quedan en el recuerdo de esta extraña película. Al tratar de unificar cuatro historias (la del propio marqués en el siglo XVIII, la de la chica que visita al padre arqueólogo, la de los sueños, pesadillas y alucinaciones, y la del libro que Sabine le regala a la protagonista), Hooper crea una especie de meta ficción que por momentos desborda las posibilidades de relación entre ellas y las intenciones tanto eróticas como terroríficas de los relatos, pero que no deja de ser sugerente. El horror como forma de expresión, descubrimiento, fantasía y aprendizaje. Es una operación ambiciosa, más considerando el alcance y el mercado al que está destinado el producto. Hooper sabe que está condenado a la incomprensión, a la burla de los espectadores y al desprecio de la crítica especializada de género. Pero no le importa.