Drama criminal en el que un veterano de la guerra de Corea viudo ayuda a unos vecinos orientales contra una pandilla en un suburbio de Detroit. Clint Eastwood retoma el personaje duro, el leve sentido del humor y las historias simples luego de demasiados bodrios pretensiosos, guiones manipuladores y moralinas reaccionarias. Pero el paso del tiempo hace huella en su cuerpo. El protagonista tiene dificultades para desplazarse, una voz ronca y cavernosa y su personaje es un dinosaurio fuera de época. La mirada descreída a la violencia, imposible de olvidar e incapaz de cicatrizar, enriquece la propuesta. Gracias a la transparencia narrativa (que respeta la linealidad y carece de flashbacks), la honestidad visual (esas calles vacías y desoladas de los suburbios de Detroit, los claroscuros de los personajes) y la precisión del montaje (que no esconde la amenaza y transmite la violencia), Eastwood justifica su status de autor. La resolución incluso recuerda a Kitano. El film tal vez es el mejor testamento como actor y director que puede dar Eastwood sobre su obra.