Suspiria (2018)

Cuento de terror en el que una bailarina inexperta americana se une a una compañía de danza que practica la brujería en Berlin en 1977. Remake de Suspiria (1977). Luca Guadagnino se propone no una reducción, sino una ampliación del original, es decir, sexualizar y politizar la trama de la llegada de la recién llegada y los ensayos de una obra maldita. De a poco, va encontrando cierta zona de confort.  La elección de Thom Yorke como compositor de la banda sonora viene a abonar esta y todas las ideas. El pedido de la maestra (Tilda Swinton) a la principiante (Dakota Johnson) en una de las escenas de tener que aprender francés para poder soltarse, también. La pregunta entonces sigue en pie: ¿Dónde están Miguel Bosé y Udo Kier o sus equivalentes, tal vez en la escena más sensacionalista de todo el registro de la cámara? El film no es más que otro ejercicio de empoderamiento de sí mismo del cine italiano, aunque esta vez a partir de la herencia cinéfila del género de terror y el régimen de coproducción europeo. Algo es algo. Suspiria parece más una defensa contra el enjuiciamiento precipitado de su creador, Dario Argento (podría ser DA, en las siglas finales en alemán), que no hace más que confirmar lo que siempre pensamos sobre Guadagnino.