Cuento de terror en el que unos estudiantes franceses que practican juegos sádicos en el café de la facultad son transportados al desierto de Túnez. Alain Robbe-Grillet abandona el relato autorreflexivo, la indagación semiológica en las imágenes, la cuestión del tiempo y la memoria de sus primeras películas para meterse de mete de lleno en la estética sado y el género fantástico. Más que cerca de Jess Franco, Jean Rollin o Harry Kummel que de Alain Resnais. El problema es que la alegoría del título le quita vuelo fantástico a la historia. La película queda en terreno de nadie. Aunque hay que reconocer que las imágenes son bellas, impactantes y shoqueantes.