Drama en el que una profesora de piano masoquista establece una relación con un estudiante en Viena. Haneke utiliza procedimientos del psycho thriller y del cine erótico masoquista para hacer un devastador retrato de la protagonista. Su comportamiento enfermizo, represión sexual e incapacidad de desdoblarse la convierten en un personaje monstruoso. Pero lo hace con semejante impetuosidad, distancia y frialdad que el film escapa a la provocación fácil. A fin de cuentas Haneke (como Fritz Lang) es un moralista, aunque de los más perversos. La intención es aislar al mal para después abandonarlo. Haneke hace una oportuna utilización de la música clásica como refugio de las más oscuras perversiones, de las secreciones del cuerpo (sangre, semen, orina, mierda y vómitos) como manifestaciones físicas de procesos emocionales y del color blanco de la pista de hielo donde se juega al hockey. Tal vez el personaje de Benoît Magimel quede un poco desdibujado, la elección de filmar en francés en Austria sea cuestionable y se exceda un poco sobre el final en el sometimiento de la protagonista, pero eso no le quita méritos y valentía a la propuesta. La resolución en que la protagonista sale por un costado del cuadro, en comparación del comienzo (la puerta que se cierra), abriga una pizca de esperanza. Haneke sorprendió a propios y extraños con este film, pero en realidad es casi una consecuencia lógica de sus anteriores trabajos.