Policial en el que una comisaría es rodeada por una pandilla de asesinos en Los Angeles. John Carpenter realiza una especie de western urbano que a su vez se convierte en un modesto y efectivo ejercicio de terror y suspenso. El film toma elementos de Rio Bravo (1959) y de Night of the Living Dead (1968). A partir de del encierro de los personajes y del uso de las puertas y el sótano crea un clima claustrofóbico. El uso de los montajes paralelos en la presentación de los personajes por separado con la marca de la hora cada tanto, el cambio de perspectiva hacia la pesadilla subjetiva a mitad del film y la absoluta simpleza de la resolución cuando los personajes resisten el último ataque muestran la habilidad de Carpenter para el cine de género.
En este film Carpenter ya explora la cuestión del espacio como forma de construir el horror. De allí que la amenaza sea algo abstracta y apenas necesite de unos breves planos de las pandillas que acosan a los protagonistas en la comisaría. La ambientación del film en esas calles vacías, las líneas verticales, horizontales y diagonales en la composición del plano y la profundidad de campo juegan un papel fundamental en la arquitectura visual del film. La escena del asesinato de la niña que quiere un helado delante de su padre es una de los momentos más aterradores del cine de la década de 1970, lo que no es poco decir.