Slasher en el que dos parejas van de vacaciones a una isla desierta y empiezan a morir asesinadas en el estado de Georgia. Pese al bajo presupuesto el film tiene un gran trabajo de fotografía. La constante oscuridad y el buen uso de los colores (en especial el rojo) le dan un tono opresivo y pesadillesco. La película escapa a los patrones habituales del slasher adolescente y rehúsa en todo momento a abandonar el misterio de las pesadillas de la protagonista. Salvando las distancias, hasta tiene un aire de L’avventura (1960) de Antonioni.
Los espacios vacíos siempre resultan efectivos para un film de terror. La llegada de los personajes a la isla está repleto de ellos. La avioneta aterriza en la playa y los deja allí para que caminen hasta la casa donde se van a quedar. Sin necesidad de sustos o planos amenazantes, la película ya establece un tono terrorífico. Las pesadillas de la protagonista se insertan en la lógica de la narración e invitan a cuestionarse constantemente sobre los hechos y la identidad del asesino. La sombra del arma que se posa sobre la espalda de la primera víctima es un recurso muy efectivo. Pero el film (como la protagonista en la casa) termina encerrándose y carece de variantes en su parte final.