L’avventura (1960)

Drama en el que una mujer desaparece en una isla del Mar Mediterráneo en un viaje de placer y una amiga y el novio de ella la buscan por los pueblos de Sicilia. Antonioni inicia su viaje por la modernidad cinematográfica. A partir de acá, sus imágenes se desprenden de las acciones y de la trama para explorar otra realidad. La duración del viaje en yate desafía toda lógica narrativa. La escena en que la protagonista queda rodeada de hombres en un pueblo mientras busca a su amiga es inquietante. La resolución con el perfil de la mujer a contraluz se presta a múltiples interpretaciones.

En el film el malestar de los cuerpos se traduce en la dilatación de las escenas, en los encuadres con los personajes de espalda a la cámara, en la utilización constante del sonido de ambiente y en el deambular en busca de respuestas a un misterio irresoluble. La desaparición de la joven en la isla (a los 27 minutos de la película) es seguida por la infructuosa búsqueda en la isla que se extiende hasta los 62 minutos. A partir de allí asistimos a la historia de amor de su amiga y el ex novio de ella. Pero es en esa primera hora donde Antonioni estable el tono de la película y la raíz del conflicto. Al escenificar un “prólogo” tan largo en el cual la protagonista de la película sólo cumple la función de testigo del drama de su amiga (el encuentro con su padre, con su novio, el viaje en el yate), Antonioni utiliza el personaje sólo para establecer el punto de vista del relato. Un punto de vista que se verá claramente modificado en la segunda mitad de la película, pero que siempre mantendrá la vacilación entre el polo objetivo y subjetivo. El primer contacto entre los cuerpos de Claudia y Sandro ya está marcado por la ausencia y el sentimiento de pérdida. Su relación se construye bajo la presencia fantasmal de la desaparecida. Las dificultades de los personajes para caminar entre las piedras y las colinas de la isla marcan la poca adaptación de sus cuerpos a la realidad. Hay una clara influencia de Viaggio in Italia (1954) de Roberto Rossellini, incluso hasta en la resolución piadosa. Pero Antonioni le da una dimensión mucho más introspectiva al relato, por momentos casi onírica, porque es capaz de integrar el estado mental de los personajes al paisaje. De hecho da la sensación que el resto de los personajes se convierten casi en elementos del decorado.