Secuela de Blood Feast (1963) en la que un cocinero reabre el restaurant egipcio de su abuelo y empieza a matar mujeres en Miami. H.G. Lewis retorna al cine luego de treinta años en los que se dedicó a la publicidad. Retoma las cosas exactamente donde las dejó. Claro que ahora el equipo técnico es más competente, la música está mejor utilizada y las actuaciones son más conscientes del tono. De allí que nos hace un favor para entender mejor a sus películas (que siempre fueron comedias que bordean el surrealismo). Pero los recursos son los mismos (el uso saturado de los colores, la narración parsimoniosa, el esquema de thriller sin misterio, las escenas de gore falsas). La diferencia es que ahora parecen un poco más disfrutables. A fin de cuentas son los personajes (el cocinero amable asesino, el detective paranoico, su compañero que no para de comer y la madre insoportable de la novia) los que conducen el relato y no los asesinatos (más de una decena). La aparición en un pequeño papel de John Waters (uno de los más conscientes admiradores de Lewis) es toda una declaración de principios. Lejos del reciclaje o de adoptar las modas del presente, el film es una auténtica sorpresa en la que Lewis da una pequeña lección de cine trash.