Secuela de Spider-Man (2002) en la que Peter Parker se plantea dejar el traje del Hombre Araña mientras un experimento fallido da origen a Doctor Octopus en New York. Raimi abandona un poco la solemnidad del primer capítulo y logra ahora sí el equilibrio entre el drama de culebrón y las espectaculares secuencias de acción a partir de una ironía distanciadora. Asume más riesgos en lo narrativo (tiempos muertos, planos más largos) y en lo estético (oportuna inclusión de un par de canciones, imagen congelada). Estas modificaciones permiten un desarrollo más profundo del personaje (empieza a desconfiar de sus poderes y responsabilidades), la aparición de la angustia que puntea todo su recorrido y un progresivo desprendimiento del traje y la máscara. Otros hallazgos visuales como la secuencia del experimento fallido (el cenital del protagonista arrancando los cables y el reflejo de los vidrios en la cara de la esposa de Octopus), las dos chicas que cierran el plano cuando el protagonista pasa colgado, el plano contrapicado del puño de Spider-Man y la muerte del villano muestran que Raimi sigue siendo un maestro en el dominio de la cámara. También confirma la habilidad para la dirección de actores que hacen creíbles a sus personajes y sus diálogos y para la utilización de los fundidos (sólo dos o tres, pero excelentes). Es una lástima que el villano tenga tan poco protagonismo por que tanto sus motivaciones y su interpretación como sus características daban para mucho más. Raimi recupera cierta dignidad del arte popular de consumo no desde la estupidización o el elitismo, sino desde la conexión con problemas cotidianos del héroe.