Cuento de terror en el que una estudiante de medicina que toma un curso de anatomía sospecha que el cadáver que le asignan para sus ejercicios está poseído por un espíritu en el hospital de una universidad de Utah. Ipson prefiere la sugerencia a las manifestaciones sobrenaturales, un ritmo contenido al vértigo, unos colores naturales de la fotografía a la corrección digital, unos personajes medianamente creíbles al estereotipo. El problema es que se mueve en terreno ya muchas veces transitado. Y pasada la hora se empiezan a notar la falta de variantes. Tal vez le esté pidiendo al espectador una inocencia que ya no tiene. Su puesta en escena se rige bajo el modelo realista de la imagen que, sumado a la amenaza sobrenatural, nos lleva al cine de terror de Hollywood de la década de 1970 de temática demoníaca. Pero igualmente hay suficientes méritos para hacer del film una experiencia por momentos aterradora: la claustrofóbica ambientación en un hospital, los cadáveres reales que se utilizan para los ejercicios, la secuencia en el baño al lado del cuarto de la protagonista y la inmersión en un tanque de agua repleto de cadáveres.