Drama en el que un grupo de jóvenes son adictos a la heroína en Edinburgh. Pese a la dureza del relato, la moderna estética visual y el ritmo de la música electrónica agilizan la puesta en escena. El film logra impactar no por situaciones puntuales, sino por su acumulación. Boyle hace un retrato del estado de inmediatez y frenetismo con el que viven los personajes. La película nunca pierde su base realista, pero las alucinaciones del protagonista tienen una eminente naturaleza fantástica. La resolución escapa al problema de la droga porque hay otro más grave, el consumismo.