Comedia de terror en la que un oftalmólogo experimenta para ver la octava dimensión y desata un ojo gigante asesino en Los Angeles. DeCoteau retoma (bajo un nuevo seudónimo) los argumentos delirantes y el tono exploitation de la serie B de finales de la década de 1980 que ya lo perfilaban como un director de culto. Además de la profusión de desnudos, de los ridículos efectos especiales y del inuendo homosexual, le agrega a la película una dimensión simbólica sobre el voyeurismo y la libido. No pidamos retrato de personajes, coherencia en la historia, muertes elaboradas, humor refinado o estilismos en la puesta en escena (como si podrían entregar con premisas similares Stuart Gordon o Frank Henenlotter). Sólo el placer de ver qué tan lejos puede llevar semejante propuesta. Y en ese sentido cumple las expectativas: el taxi boy reclutado para los experimentos, el retrato de mujeres insatisfechas por sus ocupados esposos o ignoradas por una pareja de gays drogadictos y las escenas de tentáculos que acarician la boca y los pezones resultan tan llamativos como originales. Un apunte curioso es que los posters de películas que adornan el departamento pertenecen a los péplums italianos de la década de 1960. El film no es ninguna maravilla, pero DeCoteau al menos se divierte haciendo un cine auténticamente psicotrónico.