Cuento de terror en el que dos parejas de adolescentes quedan atrapadas en un parque de atracciones en Florida. El terror de Hooper escapa a toda magia e ilusionismo. Se decanta por la pesadilla real y concreta. El arranque a pura referencia cinéfila, The Bride of Frankenstein (1935), Psycho (1960) y Halloween (1978), seguido por la historia de los adolescentes en la feria, es un largo prólogo para llegar a lo que le interesa a Hooper. La locura como retraso mental, la monstruosidad como deformidad física (el asesino de pelo blanca, cara blanca y partida) y la máxima curva expresionista de la trama son parte del realismo alucinado que propone Hooper. Los cuatro asesinatos no son muy sangrientos pero tienen una particular belleza por el ambienten en que se encuentran. El desenlace previsible está salvado por la ambigüedad del epílogo.
Hooper ingresa a Hollywood en sus propios términos. Si bien parece hacer concesiones al género slasher adolescente, a una concepción del entretenimiento de parque de diversiones, a la construcción narrativa de montajes paralelos, a la inclusión innecesaria del personaje del niño, a las citas gratuitas a films del género y al recurso del susto, todas estas cuestiones resultan menores respecto a la propuesta estética del film. En primer lugar, la utilización del scope, de la profundidad de campo y de los colores de la fotografía le dan un acabado formal mucho más elaborado que sus anteriores films. Pero también conserva la base realista en la que sostiene su cine. Ya sea en el retrato de los personajes, en el montaje de escenas de feria al principio del film o en la firme negación de entrar en lo sobrenatural. De hecho puede decirse que, después de The Texas Chainsaw Massacre (1974) y Eaten Alive (1976), Hooper hace una tercera variación sobre el mismo tema en el que unos personajes van indefectiblemente hacia la boca del lobo. La mezcla de estilización y realismo hace pensar en el cine de Scorsese. También en Brian De Palma, con ese falso inicio de la película y la cita paródica a Psycho. Pero allí no se detiene la operación formal de Hooper. Nuevamente realiza un acercamiento musical a la composición de las imágenes y el devenir del relato. Después del prólogo irónico/engañoso, Hooper toma distancia de sus personajes y del horror. Los planos generales y enteros dominan la primera mitad del film, incluso cuando se desata el conflicto. Pero una vez que el hermano de la protagonista es recogido por sus padres luego de vagar por el parque y los montajes paralelos no concurren, Hooper incluye un primer plano de Elizabeth Berridge que resume la sensación de soledad y expresa todo el horror por venir. A partir de allí, la planificación se vuelve más cerrada, más cercana a los cuerpos y a la acción. Uno diría que es lo normal en cualquier relato de tensión creciente, pero dada la naturaleza del film, resulta una opción tan lúcida y consciente, como valiente. Cuando aparece esa vaca real con dos cabezas recordamos a Tod Browning y sus freaks. De hecho Browning tal vez sea el director de cine terror clásico que más se asemeje a Hooper, por la particular apropiación que hace del expresionismo y por la dificultad de encasillarlo en alguna categoría. Un par de cuestiones que debilitan el resultado final: la música omnipresente, un poco molesta y estridente. Y la teatralidad de los asesinatos, que si bien está acorde con la temática del film, no va tan bien con el estilo de Hooper. El film parece acercarse al terreno del slasher, pero a decir verdad la cámara subjetiva que incluye al principio se resuelve rápidamente como falsa y el asesino no mata con armas cortantes, sino que son los propios jóvenes los que las utilizan para defenderse.