The Emperor Waltz (1948)

Comedia romántica musical en la que un vendedor de gramófonos americano trata de conquistar una baronesa en Viena en la década de 1900. En su primera película en color Billy Wilder se burla de la aristocracia en decadencia, del profesor Sigmund Freud y los emparejamientos de mascotas. Pero la película carece del toque de Lubitsch, la malicia de Otto Preminger o, en este caso, de un farsante en el reparto como Erich Von Stroheim. Sólo en el gesto de Joan Fontaine cuando se niega a seguir escuchando a Bing Crosby cantar el film cobra algo de vida. Igualmente llamarla comedia musical por un pequeño número de ballet de los criados parece un poco excesivo.