Psycho thriller en el que una adolescente es secuestrada en un shopping de Los Angeles y una operadora telefónica del servicio de emergencias es su único contacto y esperanza de salvarse mientras viaja en el baúl del auto del secuestrador. Brad Anderson acepta un encargo de indudables pretensiones de clase B para complementar sus actuales trabajos en series de television y continuar una obra cinematográfica tan coherente como sorprendente. Es que de a poco Anderson se ha convertido en uno de los silenciosos autores del cine de terror americano del siglo XXI. Luego de dos excéntricas comedias románticas, Next Stop Wonderland (1998) y Happy Accidents (2000), que hábilmente ocultaban sus experimentos narrativos e indagaban en la relación del tiempo y la memoria al mejor estilo de Alain Resnais, Anderson comenzó a incursionar en el género de terror con una inusual sobriedad y aplomo, Session 9 (2001). Con The Machinist (2004) y Transsiberian (2008) jugaba al borde del suspenso y el terror con la influencia de Hitchcock y el tema de la culpa. Y con Vanishing on the 7th Street (2010) retomaba la concepción expresionista del género hasta llevarla a cierta abstracción lírica, más poética que romántica. Ahora deja de lado los aspectos y búsquedas más personales de sus películas anteriores, pero igualmente sorprende el aplomo e inteligencia con que resuelve un guión tan trillado y rebuscado. The Call es como una película de terror disfrazada de thriller de acción al mejor estilo del recientemente fallecido Tony Scott. El manejo de los tiempos, de la música, de los primeros planos de tientes intensivos, de la irrupción de la violencia y del punto de vista resultan ejemplares. Ya la imagen que abre el film, una panorámica aérea de la ciudad de Los Angeles en ángulo cenital, da idea del planteo que nos propone Anderson. Es la mirada de Dios que tiene acceso a todo el panorama, por lo tanto lo importante no es la dosificación de la información y el retrato psicológico de los personajes. En ese sentido el film se plantea como un ejercicio lúdico, un poco sádico es cierto, en el cual el espectador en todo momento ve, conoce y anticipa lo que va a pasar y los personajes no pueden hacer nada.