Giallo en el que un escritor americano de novelas de terror es acosado por un asesino serial que imita los crímenes de sus libros en Roma. Argento vuelve al giallo acentuando el componente misógino de los asesinatos y llevando el misterio de la trama casi hasta la abstracción. La operación parece más una parodia que un reciclaje. En la película también hay algo de autoconfesión en cuanto a su postura hacia el cine y el género de terror. Igualmente su puesta en escena conserva la capacidad para incluir atractivas ideas visuales en la paroxística elaboración de los asesinatos. La resolución depara alguna sorpresa por si faltaba quebrar alguna regla más en el género.
Luego de su díptico de horror gótico sobrenatural, Argento regresa al giallo. Si Inferno (1980) ya tenía un componente autoconsciente hacia los esquemas del cine de terror, ahora Argento trata de imprimirle un tono autorreflexivo a la historia. Lo primero que hay que notar es cierto deterioro en el acabado técnico del film. Tal vez sean los primeros síntomas de decadencia de la industria de cine italiana de la década de 1980. Si bien Argento no se maneja en el terreno de los grandes presupuestos, esta decadencia en buena parte afecta a aquellos films que se mueven en el marco del cine de género. Lo cierto es que algunos planos y escenas parecen estar filmadas a las apuradas, el doblaje tiene unas marcadas deficiencias y los actores muy bien no saben qué hacer con sus papeles. Más allá de estas deficiencias, hay un intento en el diseño visual de ir por otros caminos. La utilización de tonos azules en la fotografía, la iluminación y el vestuario resulta una novedad en la obra de Argento. Por otra parte, la naturaleza sexual (casi pornográfica) de los asesinatos es una constante. La primera víctima es amordazada y asfixiada con las páginas del libro que intentó robar en una librería. Una de las lesbianas es asesinada y Argento inserta un plano desde el hueco del cuello de la camisa que se estaba poniendo en el momento de ser atacada. La chica que se pierde en el patio de una casa ajena es atacada violentamente por un perro dóberman, en una sádica representación de una violación. Los flashbacks muestran a un joven humillado por la chica que ama mientras ella en una playa se arrodilla ante un grupo de hombres parados. Aun así, hay ideas originales desde lo visual: esa cortina blanca desde la que se visualiza el primer asesinato, el travelling en grúa (ostentoso y totalmente arbitrario narrativamente) que recorre la fachada del departamento de la pareja de lesbianas y el off visual del asesinato del periodista fanático, que más tarde se revela como un desplazamiento tanto del punto de vista del relato como de la identidad del asesino. A la temporalidad del relato le cuesta encontrar secuencias de suspense sostenidas que nazcan de la más pura cotidianidad. La única para destacar es el asesinato del agente del escritor, rodado en un plaza pública repleta de personas a pleno sol. En ella, Argento monta una serie de planos de una pareja peleándose (sin que se escuchen los diálogos) que culmina con la mujer, claramente afligida, caminando hacia el agente que yace muerto en el piso. El clímax, totalmente espasmódico y excesivo, nos guarda algunos asesinatos más, cada vez más rebuscados y sangrientos. La ambientación en una casa decorada funcionalmente por una escultura de metal, le da un toque inquietante.