Drama criminal en el que un paciente psiquiátrico se muda a una casa en rehabilitación en Londres en la década de 1980 y empieza a recordar sucesos de su niñez para aclarar la muerte de su madre. Adaptación de la novela de Patrick McGrath. Un Cronenberg más austero y menos fantástico nos propone un nuevo viaje a la mente de un protagonista desequilibrado. En este caso se lo ve más obvio y menos sugerente que de costumbre. Lo mejor es la descripción minuciosa y quirúrgica de la patología del personaje a partir de sus frases inentendibles, su forma de fumar y escribir, la cantidad de ropa que se pone. Allí David Cronenberg muestra su precisión habitual. Lo peor son los flashbacks de la niñez del protagonista. El arrebato de historia policial tiene nulo interés como thriller y poco aporta a la psicología del protagonista. Los flashbacks restan y quitan todo el tono árido e inquietante de las escenas en el presente. El estado mental está bien construido a través del ambiente, la casi ausencia total de música y diálogos y la fotografía muy gris y oscura. Pero todo se resuelve en un conflicto freudiano básico de amor a la madre y celos hacia el padre que resulta muy rústico y anticuado. En cuanto a las actuaciones, Ralph Fiennes da sobradas muestras de su capacidad para interpretar a un esquizofrénico, Miranda Richardson es quien brilla en el doble papel de la madre y la puta y Gabriel Byrne aporta su habitual sobriedad como el padre. La visualización de los flashbacks con el protagonista, con su apariencia del presente, compartiendo las escenas con los otros personajes ni siquiera es original (Under Suspiction (2000) ya lo había hecho). La resolución cae en la previsible confusión de la realidad del protagonista, pero aclara todo para el espectador. Al menos esta vez no termina totalmente destruido. No se puede pedir que Cronenberg todas las veces perturbe u horrorice, pero más allá de la corrección de este producto, puede dar mucho más.