Drama en el que una familia disfuncional tiene problemas con el dinero, las drogas y el crimen en un bar de Buenos Aires. Luego de una ópera prima arriesgada y fallida, Rafecas entra decididamente en un terreno camp. Pero ni siquiera lo hace con algo de estilo. Los pocos méritos, cierta osadía narrativa y la leve valentía visual, son abortados por un montaje televisivo y una fotografía feísta en video. El porcentaje vergonzoso de planos (80%), diálogos (90%) y canciones (100%) hace imposible tomarse en serio al producto en algún momento. En el podio de la abyección (el orden es intercambiable) quedan el personaje del niño narrador con voz en off, la escena en que Sofía Gala golpea la reja cuando intenta besar a su padre y la secuencia de asalto, intento de violación, asesinato y suicidio. A fin de cuentas la salvación, parece decir Rafecas, pasa porque una tragedia cercana haga que otro sienta lástima. Así es imposible. Rafecas sería el nuevo payaso del cine argentino si al menos tuviera un mínimo de talento.