Psycho thriller en el que una mujer roba un dinero en el trabajo, se lanza a la fuga y se hospeda un hotel de carretera en Arizona donde habita un asesino. Adaptación de la novela de Robert Bloch. Alfred Hitchcock redondea un clásico del cine de terror con un puñado de elementos que quedarán grabados en la historia del cine. Las secuencias de los dos asesinatos resultan brillantes. El primero en la ducha tiene el doble mérito del impacto visual por el montaje precipitado y la invasión a la intimidad. El segundo en la escalera se destaca por un elaborado travelling que coloca la cámara por encima del marco de la puerta para resolverse por contraste en un único plano. El horror se completa con la música de la música de Bernard Herrmann, el uso de los planos de casa en la colina (destacar la escena en la que la hermana de la protagonista se mete) y la disposición de los cadáveres (destacar la meticulosidad para limpiar la habitación).
La adaptación efectúa dos pequeños pero fundamentales cambios respecto a la novela. En primer lugar la caracterización de Norman Bates (gordo, cuarentón y con gafas en la novela) es sustituida por un joven delgado, apuesto y en apariencia amable. Por otra parte, la película comienza desde el punto de vista de Marion y no vemos a Bates hasta la media hora del film. Hitchcock evita de forma rigurosa el montaje en paralelo en toda la primera parte. De hecho dilata el tiempo y prolonga varias escenas siguiendo a la heroína (la presentación en la habitación del hotel con su novio, las escenas en la oficina, el escape en el auto, la aparición de un policía que la sigue, el cambio del auto). De allí que la sorpresa y el shock de su muerte sean dobles. La espectacularización del asesinato alcanza proporciones insólitas. Los cortes irracionales reflejan el estado mental del asesino. Psycho materializa una perversión genérica al transformar un relato policial en un cuento del más puro horror. De hecho a partir de aquí podemos hablar del psycho thriller como un subgénero del terror, pese a que la historia del cine ya tenía para 1960 sobrados ejemplos de películas sobre asesinos seriales o psicópatas. La escena de la ducha es clave para esta irrupción. Y si bien el film acusa un comprensible bajón de ritmo luego de esa escena, la tensión se sostiene en el rostro y la actuación de Anthony Perkins.