Drama en el que un violento cobrador de deudas recibe la visita de su madre que lo abandonó apenas nacido en Seul. Luego de su autorretrato en Arirang (2011) y del ejercicio minimalista de Amen (2011), Kim Ki-duk vuelve a un terreno conocido para redondear una de sus peores películas y dejar en claro que su cine va irremediablemente camino a la perdición. Las provocaciones son tan forzadas que no pueden causar más que un humor involuntario, el retrato de los personajes es tan maniqueo y esquemático que el sufrimiento se vuelve una parodia de sí mismo y las escenas de violencia carecen de toda función o efecto. Desde que incorporó las cámaras digitales en su cine, visualmente Kim Ki-duk también ha descendido varios niveles estéticamente. Sin llegar a los niveles de amateurismo de Amen, ahora filma rápido y barato. Y se nota. La cámara al hombro resulta tan molesta como monótona. La única posibilidad de salida para esta historia de crueldad y abandono es que asumiera la estructura de cuento de fantasmas, pero ni aún así hubiera ganado mucho. Aparentemente las súplicas de Kim Ki-duk por un premio mayor para Corea del Sur en alguno de los tres principales festivales de cine del mundo fueron escuchadas. Pieta ganó el León de Oro en Venecia.