Cuarto capítulo de Night of the Living Dead (1968) en el que los pocos humanos sobrevivientes a la epidemia zombi viven sitiados en Pittsburgh. Romero vuelve con las armas de siempre. En un momento en que los zombis vuelven a invadir las pantallas del cine, su película parece sacada de la década de 1970 en cuanto al dibujo de los personajes, a la progresión narrativa, al diseño visual, a los golpes gore y a las referencias políticas. El resultado es un delicioso anacronismo que no descuida una lúcida mirada de los horrores del presente. El film es rico en apuntes sobre la situación actual de los Estados Unidos (Dennis Hopper interpreta a un émulo bastardo de Bush), los vicios como forma de distraer al pueblo de los abusos del poder y la lucha de clases (los zombis empiezan a tomar conciencia del poder). Si bien carece del tono terrorífico de Night of the Living Dead, de la naturaleza épica de Dawn of the Dead (1978) y del festival gore de Day of the Dead (1985), la película es una digna prolongación que posee guiños a las entregas anteriores. Aunque da la impresión que la descripción de la ciudad (con sus soldados, policías militares, ejecutivos que la dominan a su antojo, ciudadanos que malviven y el edificio que todos ansían) podría haber dado mucho más y que el festival de gore no tiene el mismo efecto (o carece de una función específica como en las entregas anteriores). Algunos personajes y algunas frases desprenden un sentimiento de nihilismo que refleja la regresión en la que ha caído la humanidad. Hay que festejar el regreso de Romero al cine de terror porque el género lo necesita. Esperemos que siga este camino.