Il cartairo (2004)

Giallo en el que una policía investiga los asesinatos de un jugador de póker por Internet en Roma. La escasa pretensión y el nulo alcance del producto son puestos en evidencia ya desde las primeras escenas. El estatismo de las partidas de póker en la computadora de la estación de policía, algunas actuaciones y situaciones que bordean el ridículo no inspiraban ninguna confianza. Y si bien después mejora con la secuencia ambientada en los callejones de Roma que termina con una muerte en el agua, con la referencia a un sonido urbano que sirve para localizar al asesino como en L’uccello dalle piume di cristallo (1970) y con el descubrimiento de la casa del asesino a las afueras de la ciudad, la pérdida de inventiva en la puesta en escena, de ideas originales en el guión, de medios para llevarlas a cabo y de virulencia en los asesinatos resultan inexcusables para el cine de Dario Argento.

Es una lástima que luego del regreso a la estética y los motivos del giallo original (que él mismo ayudó a consolidar a partir su trilogía zoológica) con Non ho sonno (2001) , Argento continúe en el género policial con una película tan ridícula y mediocre. Si desde Tenebre (1982) viene acumulando una serie de películas fallidas, erráticas o accidentadas como Phenomena (1985) , Opera (1987) y Trauma (1993) , al menos en todas ellas todavía se podía ver su marca autoral. En este caso el grado de impersonalidad con que filma este relato sencillamente raya lo televisivo. Uno puede entender ciertos elementos que tienden al aggiornamiento (celulares, computadoras, Internet, la música electrónica de Claudio Simonetti), incluso hasta cierta intención de desprenderse del gore y la violencia de antaño e incursionar más en la veta detectivesca y misteriosa del relato. Pero aun así, el guión acusa una alarmante falta de ideas y la puesta en escena de los juegos de póker delante de una computadora aborta toda idea de tensión o de suspenso. La resolución de la trama no puede ser más que decepcionante y orgullosamente ridícula. Lo más preocupante del caso es la pérdida de inventiva visual. Al emplear la corrección digital de color, la fotografía pierde todo su valor lumínico. Las luz ya no tiene un origen, un recorrido, una batalla con las tinieblas, sino que se manifiesta independientemente en los objetos de manera tal que más que una imagen lo que tenemos en la pantalla es un dibujo que desconocen toda perspectiva realista, impresionista o expresionista. El riesgo que siempre corren las películas de Argento respecto a su estilo radica en que si trata de amainarlo o contenerlo cae inevitable en el cliché del género o de los modelo americano. Y si trata de ensalzarlo o potenciarlo inevitablemente cae en el ridículo, la parodia o, en el mejor de los casos, el camp. Es como si Argento definitivamente tirara la toalla y simplemente asumiera que se encuentra feliz filmando todavía a los 65 años cuando todos sus compañeros generacionales, continuadores y herederos han desaparecido de la industria cinematográfica italiana de género.