Fábula sobre el éxito y el arte en la que un basurero se hace amigo de un ex convicto que lo anima para que escriba un poema en New York. Lo que arranca como una típica comedia de Hal Hartley con brillantes diálogos, humor absurdo y ritmo distendido, alcanza un pulso casi épico que reúne todos los temas posibles. Es que cuando los films, los estilos y los discursos se vuelven más mínimos que minimalistas, es saludable que todavía haya directores que quieran explicar el mundo a partir de una historia (Francis F. Coppola tomó nota del esfuerzo y le produjo la siguiente película a Hartley). Tal vez el film no tenga la historia de amor que guiaba sus anteriores films, los personajes tan agradables como en otras ocasiones o un Martin Donovan que estaría genial en el papel protagónico, pero sin duda es una película mucho más ambiciosa. Hartley hace un detenido análisis de la familia de clase media sin discursos proclamatorios, del status del arte sin siquiera mencionar una línea del poema y de los medios de comunicación, con la aparición supuestamente revolucionaria de internet. Y filma geniales momentos escatológicos como el vómito sobre la cola de una mujer o la propuesta de matrimonio en el inodoro (que dan a la escatología un estatus de clase). La escena final del protagonista corriendo un avión define el deseo. Hartley es el autor norteamericano en el sentido más europeo del término, ajeno a todo condicionamiento de la industria.