Melodrama en el que una ex cantante de ópera se reencuentra con un novio de la adolescencia en Estocolmo en la década de 1910. Dreyer radicaliza el distanciamiento de las actuaciones, la “inocencia” narrativa, la utilización del decorado y la duración de las tomas en una constante lucha del ascetismo con la estilización (Straub, Duras y Syberberg están a la vuelta de la esquina). El gran mérito es que su discurso sobre el amor y la soledad le lleva al terreno de los sueños: los flashbacks insertados en el silencio, el cuadro que ilustra el sueño de la protagonista y el epílogo salido de toda proporción.