Fight Club (1999)

Drama en el que un oficinista con insomnio conoce a un fabricante de jabón y forman un club de peleas clandestinos en respuesta a la sociedad capitalista en Los Angeles. El film es absolutamente inclasificable. Sostiene una constante sensación de caos que sobrepasa los intentos de delimitación de sus fronteras. No hay hibridación de géneros, sino una indefinición total. Tiene elementos de drama y comedia. Por momentos adopta la estructura de thriller o de cine fantástico. Predomina una narrativa eminentemente visual con la que David Fincher trata de buscar nuevas formas (la presentación del personaje de Brad Pitt, la descripción de la casa del protagonista o el sueño en el hielo con los pingüinos). La primera parte resulta mejor porque se centra en los personajes: la caótica situación del protagonista (depresión, insomnio, reuniones con enfermos terminales), la aparición de una mujer que está pasando por lo mismo y la relación con el personaje de Pitt en la que se resume la locura, la anarquía y el contraste de estilos de vida. Después, con la formación del club de la pelea se pierde el interés porque el tema del terrorismo está tratado de forma muy esquemática. El quiebre del final, con una sorpresa a la The Sixth Sense (1999) establece vínculo con el mito de Jekyll y Hyde y aumenta la sensación de rareza. La violencia no es para nada provocativa o impactante. Sólo hay algunos golpes subidos de tono, una pequeña tortura y un disparo por la boca. Eso sí hay algunos apuntes controversiales como el fascismo (la devoción al líder), el machismo (la mujer como adorno) y el placer por los choques de autos sacado de Crash (1996) que ejemplifican el carácter reaccionario de este tipo de búsqueda de cambios. En la resolución (diferente a la novela de Chuck Palahniuk en que se basa), la lucha interior queda en un segundo plano, pero la última imagen tiene una particular belleza y ambigüedad.