Drama en el que un hachero de Misiones viaja para llevar una estatua de Maradona a Buenos Aires durante su internación en junio de 2004. Sorín sigue explotando la humildad, la simpleza y los no actores en lo que ya es una fórmula agotada. Porque personajes son tablas rasas, el costumbrismo no es realismo, los primeros planos asfixian al film y el teleobjetivo siempre es un recurso visual fácil. Si bien en el camino el viaje adquiere otro signo, la segunda parte evita las escenas embarazosas y la simpleza de la resolución es un mérito, no alcanza para remontar el planteo inicial. Los planos de animales, la música ad hoc y las postales de carretera tratan de darle infructuosamente al film un toque poético. Sorín más paternalista y condescendiente que nunca.