Cuento de ciencia ficción en el que un virus se expande por la población mundial y un grupo de médicos americanos trata de controlar la epidemia desde Atlanta. Steven Soderbergh continúa diversificando su obra con una premisa levemente de ciencia ficción, un rodaje en varias ciudades del mundo y unos pequeños micro relatos que no se cruzan. Vuelve a Hollywood con una apuesta segura. Si las decisiones que toma son previsibles (la estructura de los films de catástrofes de la década de 1970, el realismo que deriva en una tímida denuncia política, tratar de centrarse en el aspecto humano antes que la acción), sabe de las limitaciones de la propuesta. Los arreglos formales controlados (la fotografía digital descolorida, la música electrónica con acordes progresivos y las alteraciones temporales que vienen con cartelito de la fecha) al menos no engañan a nadie. Sólo cuando se detiene a observar las consecuencias de los hechos (la escena en que Matt Damon ve fotos de su esposa muerta) encuentra algo de humanidad. El conflicto de Soderbergh entre el artesano obediente y el autor que no termina de aparecer hace rato que ya tiene un claro ganador.