Comedia policial en el que un grupo de cineastas guerrilleros secuestran a una estrella de Hollywood para que actúe en la película que están filmando en Baltimore. El film es un festival para cinéfilos underground por las citas y las referencias a autores malditos, los tatuajes con el nombre de un director de cada uno de los miembros del equipo (la gran ironía es que todos nombres en su momento fueron populares, masivos o auténticamente provocadores). También hay dardos para el Hollywood actual, especialmente los chistes contra Forrest Gump (1994), Godzilla (1998) y Patch Adams (1998). Pese a todo el sarcasmo, la ironía o el cinismo, John Waters nunca se burla de sus personajes. Son tan dementes como queribles. La subversión de roles llega a tal punto que un actor se droga constantemente para tener sólo un problema, el director prohíbe las relaciones sexuales durante el rodaje y otro de los actores se avergüenza de ser heterosexual. Pese a toda la carga cinéfila y simbólica, el film es un policial de acción en el que ritmo nunca decae. A fin de cuentas lo que pide Waters, el fin de los grandes estudios y de la parcelación de la producción, no deja de ser una bella utopía. Es saludable comprobar que el cine de Waters sigue siendo fresco y divertido, pero sobre todo, rebelde e inconformista.