Aventura de animación en la que un niño entra en un mundo de criaturas diminutas en Connecticut en la década de 1960. Luc Besson incursiona en el cine de animación adaptando un libro propio para chicos y dejando en claro que su manierismo berreta sólo es apto para el público infantil. Pero ni aun así puede generar cierta fascinación en la imagen o sensación de peligro que toda aventura requiere. Ya sea por las acciones nunca modifican nada de la historia, el diseño de criaturas es tan feista como poco imaginativo, las escenas de acción real no aportan nada al relato, el tesoro sólo sirve para salir de la hipoteca y los guiños adultos (canciones, raperos) resultan innecesarios. O simplemente por el vacío de los personajes y la historia apurada para llegar al final y cumplir con los noventa minutos de duración estándar. Besson continúa en franca curva descendente. Su obra como director ya tiene la misma desidia que sus labores como productor.