Melodrama en el que un pintor sin suerte se enamora de una mujer que se hospeda en un hotel de Bariloche. Los melodramas de Amadori pueden ser un candidato argentino para lo que Susan Sontag llamaba el camp (y que en el cine americano clásico atribuía a Cecil B. DeMille). Todo es muy forzado, exagerado, artificial, los personajes parecen condenados de antemano a la infelicidad y a la desgracia, pero no hay ironía alguna en su padecimiento.