Drama en el que una cirujana de Buenos Aires va a visitar a una amiga casada que tiene una hija adolescente recluida luego de un intento de suicidio en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Pese a algunos arreglos formales discutibles (cámara temblorosa, planos obtusos), Santiago Palavecino redondea su mejor película porque se sumerge en una atmósfera de cuento de fantasmas. La historia y los personajes son atractivos. Edgardo Cozarinsky oficia de maestro de ceremonias como el taxista que lleva a la médica a su primer destino. Y Alan Pauls tiene dos apariciones en escenas claves. Pero son las cuatro actrices protagonistas y el particular encierro en el que se ven envueltas, cual heroínas de un film de Jacques Rivette un poco subido de tono, las que se llevan todos los elogios.