Psycho thriller en el que un asesino serial escapa de prisión mientras su ex novia trata de rehacer su vida en Columbia, Missouri. Wingard continúa la veta seria, depresiva, afectada y los cruces con la dinámica del cuento de terror de su anterior film. Ahora con un guión un poco más elaborado y recargado. A partir de la estructura de dos historias paralelas confluyentes, de las alteraciones temporales y los flashbacks y de la poca información que dan las primeras escenas, juega con cierta idea del tiempo del relato. Pero es la aberrante puesta en escena, con una cámara temblorosa a más no poder, el uso indiscriminado del zoom y del fuera de foco, los objetos delante de la cámara, los extraños ángulos y las luces de colores que invaden el plano, la que se lleva todos los premios del artificio. Sólo un hallazgo podemos encontrar. El plano desde atrás del asiento del auto en el que la protagonista apoya la cabeza en la ventanilla (que obviamente llega con la cámara fija). Después no hay sorpresas, los personajes son tratados con una condescendencia abismal y el giro de la resolución es previsible porque los tiempos muertos ya lo dieron por sentado. Wingard ha elegido un mal camino. Trata de ser el González Iñarritu del cine de terror. Los resultados abismales quedan a la vista.