Slasher en el que un asesino psicópata escapa de un manicomio y vuelve a su pueblo de Illinois durante Halloween. Al límite entre el clasicismo y la modernidad, Carpenter institucionaliza un subgénero, el slasher, con una forma de planificar que en todo momento deja lugar para que la amenaza asome a través de las puertas, las ventanas y las escaleras. Los suaves movimientos de cámara (cortesía de la steadicam), la predilección por insinuar antes que mostrar, el fino sentido del humor y la presencia constante del asesino convierten al film en un ejercicio constante de terror y suspenso.
Aunque ninguno de los slashers que siguieron optó por esta forma simple y directa de construir el terror, la inclusión de la máscara resulta fundamental para el desarrollo del subgénero. Como en The Texas Chainsaw Massacre (1974), la máscara no sirve para seconder la identidad del asesino ni para ocultar su deformidad física, sino para expresar la omnipresencia del horror. Pero el film es un slasher raro. De hecho es uno de los primeros slashers que ya desde el comienzo aclara quién es el asesino. Por otra parte, el vínculo afectivo entre el asesino y las víctimas no está aclarado (Carpenter inventaría una excusa poco convincente en el guión de la secuela). De hecho, el film es más un psycho thriller con formato de slasher en el que Carpenter aprovecha una premisa sencillamente exploitation (un asesino de niñeras) para hacer un ejercicio formal que al día de hoy no ha podido ser igualado. Si bien el uso de la steadicam y la música por momentos puede llegar a saturar, no se puede negar que el dominio del espacio fílmico de Carpenter es magistral. En los cuatro asesinatos que muestra, el ataque proviene de los cuatro márgenes de la pantalla: el primero desde una cámara subjetiva, el segundo desde la izquierda, el tercero desde la derecha y el cuarto desde el fondo de la pantalla. Está metódica composición da pie a un clímax en el que ya no queda lugar para esconderse. Ni el placard sirve. Pero uno de los méritos de la película (que además es uno de los encantos escondidos y poco reconocidos del slasher) es la gran dosis de mundanidad que desprenden las situaciones durante buena parte del relato. Carpenter es capaz de mostrarlas sin afectar las escenas de suspenso y la progresiva creación de la atmósfera. El camino hacia la escuela, las clases aburridas y rutinarias, las charlas sobre las salidas nocturnas, los encuentros en las calles, un cigarrillo compartido en el auto, las películas que dan por televisión son todos elementos que desprenden signos y que Carpenter captura con la distancia justa. A la pregunta de cómo llenar los espacios vacíos del slasher en los momentos que el asesino no mata, Carpenter la responde de forma contundente: dejarlos vacíos es mejor. Mientras que la mayoría opta por la investigación policial, otros prefieren el drama familiar y el resto simplemente recurre a escenas de sexo, Carpenter deja que la más mundana cotidianidad ocupe el tiempo y la pantalla, siempre a la espera de la próxima aparición del asesino.