Cuento de terror en el que un ilusionista hace sangrientos trucos en el escenario en Illinois. Si el ritmo es inexistente, la puesta en escena estática, las actuaciones pésimas, los diálogos redundantes, la trama ridícula y los efectos especiales falsos, no se puede negar entonces que hay un equilibro y una coherencia en los recursos expresivos utilizados. ¿Pero dónde está el “encanto” de los films de Herschell Gordon Lewis? En que hacen partícipe al espectador del artificio y en que son conscientes del efecto no deseado.