Cuento de terror en el que un escritor americano visita a su familia en Barcelona y empieza a ver recurrentemente el número 11-11 como premonición de la llegada del Diablo. Bousman sigue los pasos de James Wan, que abandonó el torture porn con Dead Silence (2007) e Insidious (2010), e incursiona en el cine de terror gótico con temática demoníaca. Si el intento es loable, aún hay defectos que corregir. Las locaciones europeas, la apuesta por más atmósfera y menos gore, la buena actuación de Timothy Gibbs, y el modelo de The Omen (1976) suponen un avance. Pero el pasado traumático del protagonista, la debilidad de la amenaza (que proviene más del guión que de las imágenes), la utilización rutinaria de la música, la paleta grisácea de colores forzada y el recuento inoportuno de imágenes en la resolución resienten un poco el resultado final. Lo que no impide decir que sea su mejor film hasta ahora. Pese a que el giro del final es previsible, escapa maliciosamente a todo abismo de happy end. El film es una crónica de la caída irremediable del protagonista. El éxito de Paranormal Activity (2007) ha dejado a los miembros del splatter pack a la deriva. Mientras Bousman trata de madurar, hay que ver con que salen Eli Roth y Rob Zombie.