Cuento de terror surreal en el que la hija de un reverendo que sufre pesadillas y un grupo de adolescentes que escapa de un centro de rehabilitación se encuentran en la casa de ella rodeados por zombis en New Jersey. Tomaselli confirma las virtudes de su opera prima: la destreza visual, la teatralidad del horror y las alteraciones espacio temporales. Es uno de los pocos directores del cine de terror contemporáneo que no teme plantarse asustar en serio. Claro que corre sus riesgos. Al guión no hay que pedirle coherencia y cohesión. Los actores no son ninguna maravilla. La película siempre está al borde del ridículo y el grotesco involuntario. Pero son pequeñas concesiones que le permiten entrar en otra dinámica. El planteo directo de las escenas, la fragmentación del espacio, la fotografía granulada, el uso de los colores (rojo y verde) y la utilización de la banda sonora reconstruyen la dinámica de una pesadilla. Tomaselli utiliza recursos tan válidos como artesanales. No necesita una sobrecarga de efectos especiales. El único reproche es que si bien el dominio técnico es irreprochable, la habilidad narrativa inobjetable y la atmósfera apropiadamente densa, sólo de a ratos alcanza toda la intensidad que se propone. Pero es más que suficiente. Desde la absoluta modestia e independencia Tomaselli recupera el instinto primario y la naturaleza irracional del cuento de terror.