Cuento de misterio sobrenatural en el que una madre clarividente ayuda en la investigación de un asesinato en un pueblo del estado de Georgia. El material de partida es complicado porque mezcla el melodrama, la historia policial, el cuento de misterio y una veta sobrenatural con el contacto con espíritus. Afortunadamente Sam Raimi lo resuelve bien. Ya que logra fusionar el dramatismo de la historia (centrándose en las actuaciones) y el refinamiento estético (destacar el leitmotiv de la banda sonora de Christopher Young durante las premoniciones). El film confirma a Raimi como uno de los directores más talentosos del cine americano. Tal vez sea actualmente el único capaz de combinar tres facetas (artesano del cine de terror, montador de blockbusters, ocasional merodeador del indie) con idéntica personalidad. Tiene la inteligencia suficiente para poner un sobresalto a los cuatro segundos de película (para sacárselo de encima) y desviar la atención sobre la identidad del asesino (si no se está atento a las premociones), otorgándole al film un tono más espiritual y metafísico. Además es uno de los directores (junto con Abel Ferrara) que mejor utiliza los fundidos para darle ritmo a la narración y las referencias cinéfilas, a partir de ese nocturno subjetivo que recuerda Le boucher (1970). La secuencia de créditos que nos introduce en el pueblo y los pantanos es una de las bellas de los últimos años. La única queja son las escenas de juicio a mitad de film que alargan el metraje y poco agregan. Sam Raimi no deja de sorprender. Esperemos que siga este camino.