Drama en el que el hijo del dueño de una corporación busca venganza por la muerte de su padre en New York. Moderna adaptación de la tragedia de Shakespeare ambientada en la actualidad. El experimento a primera vista es atractivo porque respeta la prosa original del texto, por el retrato que hace de un ambiente contaminado de imágenes, por un reparto asociado con el circuito indie y por el cuidado formal y estético de la puesta en escena. Pero el film se pierde en su propia frialdad y en su falta de irreverencia. Al hacer evidente que una de las principales virtudes de las obras de Shakespeare es la atemporalidad, se quita relevancia al poder de las imágenes, el texto queda vacío y monótono y los actores no saben bien a qué aferrarse. Lo que queda es una meditación interior ilustrada por imágenes bellas, pero en el fondo vacías, o un thriller moderno carente de acción o de sostén en la realidad. Si bien Almereyda no opta por la solemnidad de sus colegas británicos, tampoco aporta el toque excéntrico e irreverente por el que es mejor conocido. Ni siquiera el monólogo del “ser o no ser” recitado en un local de Blockbuster o el video arte que Hamlet muestra en una sala logra decir algo de las imágenes. Sólo el aporte del inmenso Sam Shepard en el papel del fantasma del padre da una intensidad acorde a la magnitud de la obra. Almereyda desaprovecha una oportunidad de colarse en la elite del cine independiente americano, aunque tampoco creo que le interese demasiado.