Cuento de misterio en el que un agente federal es enviado a psiquiátrico en un isla donde desapareció una mujer en Massachusetts en 1954. Scorsese incursiona en el género de suspenso, el policial de época y los bordes del cine de terror. Su estilo barroco, imponente y espectacular se adapta perfecto. Pero además recupera el motor del conflicto (la creencia, la introspección), la pasión cinéfila (un magistral uso de las citas) y la efectividad en el uso de los recursos visuales y sonoros. Tal vez su mejor film en mucho tiempo. La película se apoya en la actuación de Leonardo DiCaprio (cada vez mejor aprovechado por Scorsese), en la fotografía ominosa de Robert Richardson y en una banda sonora que reproduce los climas del film noir de la década de 1950. Tanto es así que el guión (basado en la novela de Dennis Lehane) pasa a un segundo plano. Alejado entonces de la minuciosa reconstrucción de época, de los personajes estigmatizados pero vacíos y de las desmedidas pretensiones abarcativas, Scorsese deja en claro que su cine necesita del apoyo de los géneros. La resolución deja la puerta abierta a múltiples interpretaciones. Solamente por eso merece un reconocimiento. Era hora de que Scorsese encaminara su obra con proyectos más personales y menos pretensiosos.