Melodrama en el que un jugador de hockey sobre hielo intenta matar a la madre de su amante en Winnipeg. La película es otro delirio indescriptible de Guy Maddin. Pero tal vez sea la que mejor combina la estética del cine mudo (intertítulos, filtros de colores, encuadres) con los recursos de las vanguardias (aceleraciones, movimientos, deformaciones) como continuo fluir de la conciencia que bordea el terror. En la velocidad apabullante de los diez capítulos hay lugar para una trama policial, manos asesinas, fantasmas que reviven y un museo de cera de ídolos deportivos. Si los temas son los de siempre (el deseo, la memoria, la enfermedad, el incesto, la muerte) no es necesario profundizar en ellos. Lo que vale es la experiencia por sí misma y la capacidad de sorprender en cada plano. Maddin se convierte en el más excéntrico de los directores contemporáneos o el más accesible de los vanguardistas.