Cuento de terror y ciencia ficción en el que un grupo de científicos va a investigar una antigua pirámide y se encuentran con dos monstruos extraterrestres en la Antártida. Encuentro de las sagas Alien (1979-1997) y Predator (1987-1990). El producto hace aguas por todas partes. El guión es de lo más convencional y previsible que se pueda imaginar (Dan O’Bannon sólo figura nominalmente en los créditos). Los actores (salvo Lance Henriksen) son tan anodinos como los personajes. El capricho de juntar las sagas sólo se debe al hecho de que ambas pertenecen a 20th Century Fox. La reducción de violencia para ajustarla a la clasificación PG-13 afecta al montaje definitivo. Puede decirse entonces que es el peor film de Anderson hasta la fecha, un director catapultado a Hollywood con ciertas pretensiones después de Shopping (1994), que ha mostrado su talento para articular los efectos especiales en relatos de ciencia ficción, Event Horizon (1997) y Soldier (1998) y entretener con propuestas limitadas como Mortal Kombat (1995) y Resident Evil (2002). Aquí queda atrapado en oscuros y feístas planos que nada transmiten y ni siquiera sus habituales estilismos visuales pueden lucirse. El film acusa una absoluta incapacidad para inquietar (las secuencias de muertes son tan rápidas como erráticas) o para sorprender (la primera pelea entre Alien y Predator no genera más que indiferencia). Las aisladas referencias a The Thing (1982), por la ambientación en la Antártida, y a Cube (1997), por la pirámide que cambia de forma cada diez minutos, sólo quedan en eso. La insoportable Sanaa Lathan, recién salida de Out of Time (2003), hace pedir a gritos el retorno de Sigourney Weaver. La resolución trata de mantener la ambigüedad en cuanto al vencedor del duelo, como Freddy vs. Jason (2003), pero aquí no hay guiño cómplice al espectador. El resultado final del film está por debajo de Alien³ (1993) y Predator 2 (1990) y bien lejos de Alien (1979) y Predator (1987).