Cuento de terror en el que dos niñas abandonadas en el bosque son acosadas por un fantasma cuando van a vivir con su tío en Richmond, Virginia. Mientras prepara su próximo blockbuster, Guillermo del Toro continúa metiéndose como productor en el mercado de Hollywood reclutando directores noveles de cortometrajes. Es un nuevo empresario del horror. Si sus producciones ya tienen motivos recurrentes (la presencia de los niños como protagonistas, la dimensión afectiva del relato, el gusto por las criaturas fantásticas) que las ubican dentro de la corriente clásica del género de terror, muchos otros no son muy alentadores (el uso epatante del sonido, los efectos visuales digitales, los directores cultores del no estilo) claramente diseñadas en función de los resultados de taquilla. En este caso el guión tan previsible como formulático, la fotografía que confunde escasez de luz con oscuridad, el desperdicio de esa gran actriz que es Jessica Chastain, la mecánica sucesión de sustos fáciles, el arrebato burtoniano de la resolución y la trama paralela del psiquiatra que investiga no parecen ser el mejor camino para aportar algo al género. Del Toro apuesta por lo fácil. En el camino abre lugar para directores que pueden dar al género.