Comedia dramática fantástica en la que una pareja de hermanos adolescentes se mete en una serie de televisión en blanco y negro de la década de 1950 ambientada en un pequeño pueblo de los Estados Unidos. El guionista Gary Ross debuta en la dirección con una premisa original que le permite jugar con las variaciones de fotografía en blanco y negro y en color, contrastar la imagen de la familia que dan los medios americanos y hacer un alegato contra los prejuicios y la falta de libertad. El problema es que se lo termina tomando todo demasiado en serio. Al igual que Coppola en la década de 1980, con One from the Heart (1981), Rumble Fish (1983) y Peggy Sue Got Married (1986), asume el artificio con propósitos discursivos; y como algunos films más recientes, The Game (1997), The Truman Show (1998) o Lola rennt (1998), crea un gran dispositivo que luego se hace muy difícil llenar. No se pueden negar algunos méritos: la construcción del escenario (la decoración, los límites del pueblo, la limpieza de las calles), el mundo perfecto e idealizado de clara raíz fantástica, las transiciones hacia el color (amor, sexo, libros, violencia) o la belleza del descubrimiento de los deseos y los instintos. Sin embargo el lugar desde dónde asume la postura crítica (el cine de la década de 1990) y la falta de ideas del último tercio (la decisión de Reese Witherspoon, la escena del juicio) limitan la propuesta. Pleasantville es un ejemplo de una buena idea no llevada hasta el final. Uno no deja de pensar en manos de otro director (Lynch, Burton) qué hubiera sido.