Drama en el que un escritor octogenario se recupera de un infarto y recibe la visita de su hijo pianista en una estancia de la provincia de Buenos Aires. Para salir de la encrucijada a la que había llegado su cine Sorín recurre a personajes más intelectuales y a cierta atmósfera de los films de Bergman. La película es una pequeña pieza de cámara. Si bien todavía conserva los actores no profesionales, la cáscara minimalista y la estilización aparente, en este caso la búsqueda va por otro lado. En ese sentido, el provecho visual de la ventana, la casa y el campo, la utilización del silencio y el sonido de la naturaleza, la subtrama del afinador de pianos y la secuencia en la que el protagonista sale a dar un paseo por la huerta conectan con la idea del sueño del principio y borran la barrera del tiempo. El plano fijo y sostenido desde la puerta de la habitación es lo mejor que ha filmado Sorín en mucho tiempo. Luego de la explotación pseudo neorrealista, es saludable que Sorín recupere una senda más digna.