Drama en el que un joven se une a un líder de una secta de curación espiritual en Estados Unidos en la década de 1950. Paul Thomas Anderson continúa sus retratos de la América del siglo XX. Si There Will Be Blood (2007) se ocupaba del petróleo en la primera mitad del siglo, ahora es el turno de las sectas religiosas que surgieron después de la segunda guerra mundial. Como es habitual en su cine, Anderson no teme correr riesgos: el protagonista es poco simpático, la duración supera las dos horas y veinte minutos, narrativamente es su film más abierto y ambiguo. El resultado puede defraudar expectativas. Como estudio de personaje, se vuelve demasiado disperso y elíptico. Como duelo actoral, los intérpretes no pueden salir de la contención del método realista. Como disección de las sectas religiosas, queda a mitad de camino. Pero no se puede negar el impecable retrato de la década de 1950 con fotografía en 70mm, la imprevista irrupción del humor en algunos momentos, el provecho que saca de la continuidad del plano, la gran caracterización de Joaquin Phoenix (la manera de pararse y caminar), algunas imágenes sugerentes como el travelling del protagonista escapando en el campo y la resolución que escapa a toda noción de clausura. Anderson se ha convertido en un cineasta difícil. Filma poco pero con muchas ambiciones. Necesita bajar un poco a tierra.