Drama en el que un joven se une a una compañía de cine porno en Los Angeles a fines de la década de 1970. Si al cine americano le faltaba un lugar para representar la otra cara del sueño americano ese era la industria pornográfica. Boogie Nights viene a cubrir el espacio. Paul Thomas Anderson muestra sus habilidades como guionista (un torrente de situaciones y anécdotas que abarcan seis años) y como director de actores (sacando un enorme provecho de todo el reparto). Todavía le falta articular la puesta en escena realista, el estilismo tendiente a la desmesura (Scorsese), el sentido del humor negro y cínico (más propio de Tarantino) y el dramatismo en el retrato de un grupo de perdedores. Pero es la lógica consecuencia de los riesgos que corre. El principal problema en este caso es la distancia que toma hacia el mundo de la pornografía. Los fragmentos de filmaciones en 16mm con pantalla más chica parecen la mirada de un chico fascinado por lo prohibido, pero que teme entrar de lleno en el tema. En ese sentido, Bertrand Bonello fue mucho más lejos en Le pornographe (2001). Aun así, la estructura narrativa lineal (una rareza en estos tiempos) permite observar el cambio respecto a lo público y lo privado en el pasaje de la década de 1970 a la de 1980. El último tercio del film adquiere un tinto oscuro y perturbador, con la caída de todos los personajes que hace inevitable la adaptación a una nueva realidad. Película importante de la década de 1990 que, más allá de sus virtudes, ya vislumbra un gran futuro para Anderson.