Psycho thriller en el que una familia de vacaciones es secuestrada y torturada por un par de jóvenes en una casa de verano de Long Island. Haneke rehace su film plano por plano y las preguntas son inevitables: ¿por qué elige su peor film? ¿Por qué volver a la misma historia diez años después? Ninguna tiene respuesta. Si bien hay algunas mejoras, la nueva versión básicamente enfrenta los mismos problemas: los mecanismos de género entorpecen el discurso de Haneke, el film necesita una justificación fuera de la pantalla y termina cómplice de su mecanismo. Digámoslo claro: semejante premisa, sostenida en la no representación de la violencia, en la manipulación de las convenciones de género y en la complicidad del espectador, no es más que un ejercicio de abyección. Las pequeñas pero significativas diferencias respecto al original (la fotografía más blanca y luminosa, la belleza de Naomi Watts y la ambientación en los Estados Unidos) le dan unas posibilidades que el film no sabe explorar. Los apuntes más sugerentes (las armas utilizadas por los psicópatas, la culpa del personaje de Tim Roth) quedan eclipsados por la operación manierista. Haneke queda preso de un ejercicio de vanidad del síndrome de Gus Van Sant. Por suerte volvió a Europa en seguida.