Cuento de misterio en el que una familia recibe videos de grabaciones del frente de su casa en Paris. Caché es el film donde Michael Haneke mejor fusiona la base de cine de género (un extraño y cotidiano suspenso), las pretensiones discursivas (sobre la culpa y la paranoia), las intenciones de shoquear (una escena absolutamente escalofriante) y la reflexión sobre las imágenes (cuyo único valor es mercantil o amenazante). Uno de los secretos de su cine es llevar al máximo la duración y las posibilidades expresivas del plano y al mínimo la manipulación y la falta de transparencia del montaje. Al no dar respuestas contundentes, la película termina siendo tan desconcertante, fascinante y perturbadora como la manera en que trata los temas. A fin de cuentas, la identidad de la persona que manda los videos carece de toda relevancia. Lo que sí importa es la culpa transformada en debilidad, el miedo convertido en paranoia y el individualismo como sinónimo de desconfianza, males que acosan a la sociedad burguesa occidental. Así, las apariencias (la charla con la madre postrada, el aviso del jefe que recibió un video, la negación en todo momento de los argelinos y el protagonista tomándose una pastilla para dormir) se revelan como ambiguas respuestas a un dilema. Haneke se revela cada vez más como un provocador consciente y como agudo observador del cine contemporáneo antes que como un predicador fatalista.